viernes, 28 de diciembre de 2007

Hoy día me cayó la teja del Año Nuevo, con las noticias dándole como bombo en fiesta a las celebraciones, a los fuegos artificiales, a la alegría.... Este año me siento obligada a celebrar, cuando por fin estoy acusando el golpe de las decisiones que tomé. Lo que más me duele es no pasarlo con el Cristóbal, pero es una opción que ya elegí.

Esta es una etapa para elaborar propósitos, se cierra un ciclo y comienza otro. Mi principal objetivo es entender que tengo no ya el derecho, sino el deber de ser feliz, y que para tomar ese sendero, hay elecciones que tengo que hacer que en el intertanto me van a causar mucha tristeza. Pero, apelando a mi tan alabada fortaleza, tendré que encararlo todo de frente y sin mirar para atrás.

Porque estoy segura que lo que hoy me va a doler, a la hora del balance va a ser para mejor. Eso incluye dejar ir una posibilidad que había anhelado tanto, tanto tiempo, pero que hoy, tal como está la situación, no es el mejor camino para mí.

Quiero que este tiempo pase rápido, recordarlo después y sentir que fue lo mejor, que cimentó un futuro sólido, del que pueda sentirme orgullosa. No quiero mirar para atrás y sentir horror de lo que hice con mi vida.

Ese es mi propósito 2008, sentar las bases de lo que sea que venga para adelante, para que sea sano y sobre todo que me haga sentido, lograr la Felicidad.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Una pequeña y modesta idea...

Cada día me convenzo más que las mujeres somos las princesas azules y los hombres los impávidos doncellos...

lunes, 17 de diciembre de 2007

PENA

Hoy día siento pena. Por nada en especial y por todo... Será que el vértigo está pasando, que la primera emoción se está esfumando, y que ahora afloran los sentimientos más profundos...

Yo nunca le he tenido miedo al dolor, simplemente lo considero parte de la vida, y me hace tanto sentido cuando Silvio canta que lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida...

Hoy siento la incertidumbre del futuro, y me gustaría tanto no estar sola, a pesar que creo firmemente que era algo necesario. Quizás todo esto me está preparando para ser una mejor persona, para tomar conciencia de mí, de lo que deseo, de lo que soy capaz de transar y de las cosas que son inamovibles.

Necesito despejar el ruido que hay a mi alrededor, descartar esos sentimientos primarios y enfocarme en lo que de verdad me hace bien, como si fuera una decisión tan fácil. A ratos disfruto estas sensaciones, pero a veces también me torturan y me angustian.

He hecho un recuento de cada paso en mi camino, entendiendo cómo llegué acá. Qué increíble cuando de pronto todas las piezas calzan solas. Pero eso no evita que hoy sienta pena y nostalgia de lo que era mi vida hasta hace tan poco, de lo fácil que habría sido no rebelarme en contra de mis propias ideas y cuestionarme, cuestionarme, cuestionarme...

Qué ganas tengo a veces de ser simple y poco aspiracional. Qué ganas de agachar el moño y decir no importa, de pronto es necesario sacrificarse por un bien mayor. Qué enredo tengo hoy en la cabeza, Abuelito...

martes, 11 de diciembre de 2007

CRISTÓBAL HACE TODO SOLITO


Cristóbal le dijo a su mamá:

"Desde hoy, me portaré como un niño grande.
"Yo me serviré el cereal con yogurt.
"Ordenaré todos mis juguetes.
"Prepararé mi ropa para bañarme.
"Me lavaré solo los dientes.
"Me bañaré solo.
"Desde hoy en adelante, mamita, ya no te tendrás que preocupar por mí".

La mamá lo miró con los ojos brillantes:
- Entonces, ¿ya no me necesitas?

Cristóbal estiró los brazos y le dio un besito a su mamá.
- Sí, mamita, siempre voy a necesitar tu cariño.

domingo, 9 de diciembre de 2007

EL CHOCOLATE Y YO

Justo cuando quería hacer mi lista de cosas que me gustan y cosas que odio, una idea original, aparece una foto de una estatua de la Princesa Letizia hecha de chocolate... La pura envidia que me dio ser una princesa y que te reproduzcan en tan exquisito y noble material me hizo darme cuenta que el Chocolate merece un post sólo para él.

No sé cuándo fue nuestro primer encuentro, no recuerdo qué tipo de sensaciones placenteras provocó en mí... Lo que sí sé, es que desde esa primera vez, el Chocolate fue a mi vida lo que la arena es a la playa, un elemento constitutivo de mi más íntima esencia.

Puedo estar alegre, enojada, triste, cansada, enferma, ocupada... el Chocolate siempre está en mi mente, su suave textura, su espesa consistencia, su olor aterciopelado.

Yo siento que el Chocolate es mi adicción, porque para comerlo a veces recurro a bajas artimañas, como esperar a que todos se duerman, o a estar sola en la casa, o comprarme una barra cuando voy al supermercado y disfrutarla en mi auto, cantando a toda boca.

Ahí aparece la horrible mezquindad, me carga compartirlo, incluso me carga que me vean comiendo Chocolate. Es mi placer, sólo para mí, no existe nadie ni nada cuando me como una barra...

Lo reconozco, soy una adicta, porque mientras devoro mi Chocolate, soy la mujer más feliz de la tierra, me siento viva y eufórica, pero cuando lo termino, al rato me viene el bajón. Porque como buena choco-dependiente, no me mido y (¡qué horror!) me puedo comer un Trencito entero, y muhcas veces sin siquiera saborearlo realmente.

Cuando leí La Fábrica de Chocolate, y después vi las películas (la antigua y la de Tim Burton), no pude evitar la envidia cuando el niño gordito caía al río de Chocolate. Lo más parecido a eso que me ha pasado en mi vida es entrar a las chocolaterías en Bariloche... No podía creer el olor en las calles, ni la variedad, forma, tamaños y colores.

Feliz habría sido un Oompa Loompa en la fábrica de Willy Wonka, aunque de seguro me habrían echado por comerme la producción...

Y lo peor es que no hago distinciones, soy fiel al Chocolate, sea una barra de la mejor y más fina fabricación suiza, o esos bombones rascas que venden en los negocios, no me importa. Cuando me baja el nivel de Chocolate en la sangre, me voy como autómata a comprarlo.

Es mi placer culpable, definitivamente, una de las cosas en mi vida que no controlo. De pronto hasta cuento los días que he pasado sin probar una tableta, mi premio por logros alcanzados siempre es una barra de Sahne Nuss, no puedo evitarlo.

Seremos el Chocolate y yo hasta que la muerte nos separe...

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Y AQUÍ ESTÁ


Aquí está, y aquí se va a quedar. Hoy día me dijeron con nariz fruncida que esto era para siempre... Eso es lo que espero, tener 80 años y la espalda arrugada, y el tatuaje verde y borroso, pero verlo y recordar: "¡Aaahh! ¡Cuando tenía 30 años!!".

Yo creo en el destino, creo que las personas se cruzan, aparecen y desaparecen en tu vida, que toda situación es un pasaje hacia otra etapa. Sin pedirlo ni planearlo, en estas semanas me han pasado muchas cosas buenas, algunas tristes, estoy viviendo la pérdida pero también la esperanza, estoy aprendiendo a hacer cosas sola y disfrutarlas.

Recibí fuerzas y apoyos inesperados y eso me alegra, me gusta crear lazos, cultivarlos con cuidado, valorarlos.

A ratos me siento triste, a ratos me río sola, a ratos me quedo pegada, encerrada en mis pensamientos, recuperando la capacidad de ensueño que se me había olvidado. Aunque muchas cosas de ahora no desemboquen en nada, el sólo hecho de sentirlas, me está dando una chispa nueva, un barniz luminoso.



lunes, 3 de diciembre de 2007

Te debía estas palabras


Hace años que trato de escribir esto, pero siempre me ha costado y no se me ocurre cómo empezar. El otro día miraba la foto del matrimonio de mis abuelos maternos, que deben haber tenido mi edad cuando se casaron. Miraba a mi abuelito tan guapo, con su metro ochenta y sus ojos claros, con su pelo engominado y la vista perdida, del brazo de mi abuelita, tan bella también en su vestido blanco -creo que es la última de la familia que se casó así y por la iglesia.

Pensaba en cómo las historias se van desenrrollando, y cómo esa unión fue vital para llegar a este momento. Cuando yo era chica, mi abuelito era el gigante que me subía y me bajaba como avión, sus piernas eran mi balancín preferido, sus manos grandes que él cerraba y yo trataba de abrir sin resultado.

Era el hombre fuerte y cercano que me sacaba a pasear en bicicleta, que me enseñó historias y adivinanzas de campo que hoy a veces le cuento por las noches a mi hijo, para preservar su legado sencillo a través de las generaciones. Era mi cómplice, mi mejor amigo, el que lo arreglaba todo en la casa, el que siempre estaba.

Él no tuvo una vida fácil. De niño fue hijo de inquilinos, sufrió la pobreza del campo, la muerte de hermanos, el trabajo desde pequeño. Se vino a trabajar a la capital y ahí conoció a mi abuelita. Se casaron, tuvieron dos hijos, él trabajaba en la Vega. Siempre aguantó los problemas de salud de mi abuelita, estoico, yo nunca lo ví deprimido. Aunque después supe que sí, y entendí también su cruz, a medida que yo crecía y que comprendía la realidad.

Para mí siempre fue el Abuelito, el que jugaba conmigo, el que me quería, el que de chica me compraba mis Obleas Alteza, con el que tomaba desayuno con huevos fritos. El que era capaz de comerse un kilo de uva solo sentado viendo tele, amaba la harina tostada, el mote con huesillos, la cazuela, y todas esas cosas que a mí me parecían tan sin gracia.

Paseábamos en su eterna bicicleta, que usó hasta viejo, hasta que su corazón comenzó a fallar. Nunca lo ví enojado, gritando, explosivo. Siempre tan calmado, no sé la verdad si alguna vez se metió realmente en la vida de mi mamá o de mi tío, o si sólo iba aceptando la forma en que sus hijos crecían.

Me acuerdo de él maestreando, con su martillo, su serrucho (del que yo recogía el "serruchín", como le decía al aserrín, me parecía tan obvio si venía del serrucho). Siempre arreglándolo todo con una cuñita, con un alambre, con un montón de medidas ingeniosas de hombre de campo.

Cuando su corazón empezó a fallarle, tomé conciencia por primera vez de que existía la posibilidad de perderlo. Él se puso porfiado, y hacía más cosas de las que debía, movía muebles, hacía el aseo, y se negaba a reconocer que ya su cuerpo no le respondía como antes. Estuvo varios años con su problema, marcapasos de por medio, y tan concentrados estábamos todos en su corazón, que nadie descubrió el cáncer que avanzaba en su colon hasta que ya fue tarde.

Cuando salí del hospital tras tener al Cristóbal, lo primero que hice fue llevárselo para que lo conociera. Y el año en que sus vidas coincidieron, mi abuelito lo quiso mucho. Se sentaba con él en su coche a tomar el sol, le conversaba, y yo me imaginaba a mí de pequeña y a este hombre tan grande y fuerte, cuidándome y queriéndome con la ternura más fina que existe. Me sentía orgullosa de poder darle un bisnieto, y que viera cómo continuaba la historia.

Pero a los meses, él empeoró y lo hospitalizaron. Y esa parte del cuento es triste, porque en las últimas semnas, cuando ya no había vuelta, su mente comenzó a desprenderse y a retornar al campo y a su niñez. Yo siempre le dije que lo quería mucho, pero en el último tiempo, se lo decía con vehemencia, como intentando que al menos ese cariño que yo sentía quedara en alguna parte de su cerebro. Hasta que un día él sólo me susurró "si yo sé", dándome a entender que faltaba poco y que no era necesario que se lo repitiera.

Un día, en las Fiestas Patrias del 2002, llegamos a la hora de visita al hospital, y le habían sacado todos los cables, el suero, y el médico nos dijo que no había vuelta atrás. Nos lo llevamos a la casa, para que se fuera en su cama, rodeado de su gente y no con extraños tan enfermos como él.

Fue raro eso, porque a pesar del momento triste, estábamos todos reunidos, su señora, sus dos hijos y parejas y los cuatro nietos. Pese a la tristeza, yo me sentía envuelta en la familia. Mientras agonizaba -y qué terrible es escuchar a una persona agonizar-, espantaba viejos fantasmas, señalaba hacia un punto impreciso, y ya no articulaba palabra. Se fue intranquilo, y yo no estaba a su lado en el último momento, y eso me martiriza hasta ahora.

En su velatorio estuve un rato sola con él, acompañando su muerte y la muerte de mi infancia, tratando de entender de golpe el "nunca más". Nunca más verlo, ni sentir su risa, ni sentir su abrazo en mi hombro. Nunca más reírme con él de sus historias, ni contarle de mi vida, ni tomar helados, ni verlo regar el jardín, arreglar algo.

Hasta ahora no entiendo cómo seguí funcionando esos días, trabajando, cuidando al Cristóbal. No sé cómo pero la vida siguió, y el recuerdo vívido de su muerte fue poco a poco cambiando por los años felices en que caminábamos a comprar el pan, o en que lo veía sentado frente al televisor horas enteras con un gato en su falda, viendo TVN -como si hubiera firmado un contrato vitalicio con ese canal.

Todavía hablo con él, y en momentos difíciles le exijo su ayuda. A veces, es como si se hubiera muerto recién, y me doy cuenta que nunca más lo voy a ver. Pienso que hasta los 25 años tuve un abuelito que me quería mucho, mi cómplice, que nunca me juzgó, con el que me reí y aprendí mucho, un hombre cercano al que yo admiraba como a un héroe.

Creo que hoy estaría orgulloso de mí, porque no sólo estoy sacando adelante mi vida, también soy un pilar para mi familia. Pero a veces, como ahora, me gustaría tanto tanto que estuviera a mi lado, que me duele.

Te debía estas palabras abuelito, aunque yo sé que tu sabes, que siempre supiste.