viernes, 18 de enero de 2008

A ella le dolía su país


“Sin ese golpe militar, mi padre estaría vivo con 81 años. Sin ese golpe militar, yo habría sido -creo- una periodista dedicada a la ciencia y la tecnología. Sin ese golpe militar, mi país no tendría la herida abierta que lo sigue remeciendo hasta sus cimientos, aunque a ratos no parezca. Sin ese golpe militar, mi país habría seguido avanzando hacía más profundos estados de justicia social y no sería hoy el país latinoamericano con mayor brecha entre ricos y pobres, además de la peor distribución del ingreso de la región. Sin ese golpe militar, mi país sería más ético y estético”.


Patricia Verdugo, entrevista a El Clarín, noviembre de 2006



El lunes cuando estaba a punto de salir de mi casa por la mañana, me enteré de la muerte de Patricia Verdugo. Tuve que sentarme un rato en la cama, porque la noticia me tomó muy por sorpresa, no sabía que estaba enferma.


De inmediato llamé a mi mamá, con una que otra lágrima, para contarle, y su reacción fue muy similar a la mía, de sorpresa y de pena porque había partido esta mujer tan valiente, que divulgó el secreto a voces de los detenidos desaparecidos, que relató el macabro tour de la Caravana de la Muerte y el asesinato de André Jarlan en La Victoria, entre muchos otros tristes episodios de la época oscura.


Ese día anduve triste por ella, y con rabia también, porque Chile debió haberse detenido de la misma forma, e incluso más, que cuando se murió Jota Eme. Me dio rabia pensar cómo la gente sucumbe ante los discursos sensibleros y es manipulada por los medios de comunicación.


Me enojé con mis colegas también, como si ya a nadie le importara de verdad la magnitud del aporte de Patricia Verdugo. Y por esos que se pasean como reyes de la democracia, sin reconocer que obras como la de esta periodista fueron las que se incrustaron como termitas en las maderas de la Dictadura, pulverizando de adentro hacia afuera, de a poco, instalando conciencia, rumoreando verdades.


Por último, Patricia Verdugo es quizás la superventas número uno de Chile, mucho más que Isabel Allende, si alguien pudiera medir efectivamente cuántos ejemplares de Los Zarpazos del Puma se vendieron clandestinamente.


Recuerdo que una vez ella fue a la Escuela, y yo aproveché para que me firmara mi libro "Operación Siglo XX", sobre el atentado a Pinochet. Recuerdo incluso que ese libro lo llevé a los trabajos voluntarios, y en las tres semanas que estuvimos ahí, varios de mis compañeros lo leyeron (Ah! Ray Bradbury, que acto más subversivo es la lectura!).


Esa vez en la Escuela de Periodismo, fue para mí un orgullo estar cerca de ella y percibir ese coraje que sólo tienen las mujeres cuando dedican su vida a una causa. Después, cuando leí Bucarest 187, entendí que esa lucha partía de su propia experiencia como hija de una víctima de la violencia política (su padre murió a causa de las torturas).


Pero además, ella encarnaba esa característica que cada vez es más difícil encontrar en las nuevas generaciones (y me incluyo). A ella le dolía su país. No sólo porque lo que pasó tocó tragicamente su propio destino, sino porque le dolía ver lo que estaba sucediendo y cómo los ideales, propios y colectivos, eran sepultados por el terror y el miedo. Y por eso, agarró una pequeña pala y lentamente al principio, con más fuerza después, pero siempre con los mismos bríos, fue sacando puñados de oscuridad, dificultosamente.


Hace unos días, alguien me decía que a los 50 años, cuando tuviera su vida más resuelta, iba a dedicarse a la Revolución. Yo creo que cuando uno separa su vida de lo que acontece de su país, pierde el sentido de Utopía. No es un interruptor que se encienda y apague, los ideales no son individuales, van entrelazados con la multitud. Somos gregarios, somos una cadena.


Patricia Verdugo entendía eso, lo personificaba, al igual que mucha otra gente que luchó entonces y después. Por eso este pequeño homenaje a su fuerza y valor, para mantener en la memoria su presencia.

No hay comentarios: