domingo, 12 de octubre de 2008

LA MATINE

Hoy fui al viejo y querido Cinearte de Viña. Ese del que siempre he dicho que me haré socia, para evitar que muera. Al final, nunca lo he hecho, pero la sala, pese a ello, sigue (sobre) viviendo.

Me senté en una de sus rígidas butacas, y por un momento, extrañé la comodidad de las multisalas con sus asientos reclinables. Pero, mientras empezaba la proyección y yo atacaba mis lenguas de gato de Sausalito, evocaciones antiguas me rodearon.

Recordé mis primeras idas al cine, con mi madre, sobre todo cuando me llevaba a la matiné del cine Metro de Valparaíso, o al Rex de Viña, para ver las películas de Walt Disney.

Me acuerdo también de una vez que mi abuelito me llevó a ver una obra de teatro, “Simbad el Marino”, al cine Olimpo; o cuando, en Santiago, mi mamá me llevó a ver “Los Aristogatos” a un cine del Paseo Ahumada, pero era tan larga la fila que no alcanzamos a entrar, y para consolarme nos fuimos al café Paula a tomar una copa de helado.

Otra vez, que mi hermana estuvo enferma en el Hospital del Niño, para compensar un poco el tiempo que había estado solita, partí con mi mamá a ver “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”.

¿Te acuerdas Dani de cuando fuimos a ver Spiderman, y corrimos como locas por los pasillos para ganarle a todos los cabros chicos y recién cuando empezó la peli nos dimos cuenta que era doblada y no subtitulada? (Ay nuestro eterno anecdotario!!!)

Ir al cine es todo un rito, que incluye la compra de un dulce tentempié (cuando chica eran chocolates o esas frambuesitas que rompen el paladar; ahora son las cabritas o “pop corns”, o chubis, o bombones), el nervio de llegar a la hora para alcanzar a elegir el mejor asiento, la espera con esa música bobalicona, no importa qué tan moderna sea la sala.

Mi parte favorita de todo el proceso son las sinopsis de otras películas, casi no vale la pena quedarme al resto si no alcanzo a ver los trailers con tranquilidad y ojo clínico… al final, me entusiasmo y quiero verlas todas.

Ya de grande, recuerdo la primera vez que fui sola al cine. La película era “Memento”. Éramos como seis en la sala, pero al final quedamos tres. La gente más vieja, perdón, de más edad, se fue porque no entendió la estructura de la película.

Cuando termina la proyección y aparecen los créditos, me gusta quedarme un rato a saborear la sensación que me deja la película, no importa que no haya sido de las mejores, es un rito, como dije, impregnado en mi vida.

5 comentarios:

Memoriona dijo...

Me gusta ver los créditos hasta el final final, y salir cuando ya no queda nadie.

Vanessa C. dijo...

Me gustó tu post, recuerdo cuando se estrenó "Quien engañó a Rogger Rabbit".. Carajo, eso era buen cine, todavía existe... pero como el de antes ninguno..
Muy buen blog!!
Saludos..
Vane

Vanessa C. dijo...

Me permites linkearte??

Daniela dijo...

Por supuesto, Rosada, es todo un honor!

Claudio Lautaro dijo...

Como la vida misma... como un gran teatro que algun dia cerrarar sus cortinas...excelentes escritos...saludos... Claudio