domingo, 9 de diciembre de 2007

EL CHOCOLATE Y YO

Justo cuando quería hacer mi lista de cosas que me gustan y cosas que odio, una idea original, aparece una foto de una estatua de la Princesa Letizia hecha de chocolate... La pura envidia que me dio ser una princesa y que te reproduzcan en tan exquisito y noble material me hizo darme cuenta que el Chocolate merece un post sólo para él.

No sé cuándo fue nuestro primer encuentro, no recuerdo qué tipo de sensaciones placenteras provocó en mí... Lo que sí sé, es que desde esa primera vez, el Chocolate fue a mi vida lo que la arena es a la playa, un elemento constitutivo de mi más íntima esencia.

Puedo estar alegre, enojada, triste, cansada, enferma, ocupada... el Chocolate siempre está en mi mente, su suave textura, su espesa consistencia, su olor aterciopelado.

Yo siento que el Chocolate es mi adicción, porque para comerlo a veces recurro a bajas artimañas, como esperar a que todos se duerman, o a estar sola en la casa, o comprarme una barra cuando voy al supermercado y disfrutarla en mi auto, cantando a toda boca.

Ahí aparece la horrible mezquindad, me carga compartirlo, incluso me carga que me vean comiendo Chocolate. Es mi placer, sólo para mí, no existe nadie ni nada cuando me como una barra...

Lo reconozco, soy una adicta, porque mientras devoro mi Chocolate, soy la mujer más feliz de la tierra, me siento viva y eufórica, pero cuando lo termino, al rato me viene el bajón. Porque como buena choco-dependiente, no me mido y (¡qué horror!) me puedo comer un Trencito entero, y muhcas veces sin siquiera saborearlo realmente.

Cuando leí La Fábrica de Chocolate, y después vi las películas (la antigua y la de Tim Burton), no pude evitar la envidia cuando el niño gordito caía al río de Chocolate. Lo más parecido a eso que me ha pasado en mi vida es entrar a las chocolaterías en Bariloche... No podía creer el olor en las calles, ni la variedad, forma, tamaños y colores.

Feliz habría sido un Oompa Loompa en la fábrica de Willy Wonka, aunque de seguro me habrían echado por comerme la producción...

Y lo peor es que no hago distinciones, soy fiel al Chocolate, sea una barra de la mejor y más fina fabricación suiza, o esos bombones rascas que venden en los negocios, no me importa. Cuando me baja el nivel de Chocolate en la sangre, me voy como autómata a comprarlo.

Es mi placer culpable, definitivamente, una de las cosas en mi vida que no controlo. De pronto hasta cuento los días que he pasado sin probar una tableta, mi premio por logros alcanzados siempre es una barra de Sahne Nuss, no puedo evitarlo.

Seremos el Chocolate y yo hasta que la muerte nos separe...

1 comentario:

Javi dijo...

Hermana de mi sangre! Es lo mejor de la vida comerse un chocolate SOLA, y mejor aún si va acompañado de otro placer culpable (por ej., viendo algún reality rancio de esos que dan en el E!, o alguna película atrozmente mamona), indescriptible!